Fuente: Sandra Mancebo
El reloj de la Real Casa de Correos marca el final y el principio del año para numerosos españoles, pero pocos conocen que tanto su maquinaria como la edificación misma guardan leyendas misteriosas y de transfiguraciones.
Cuando Carlos III, allá por 1768, ordenó construir la Real Casa de Correos poco podía imaginar que su historia estaría ligada a la polémica y a leyendas del Averno. Este edificio, primero sede de la Administración del Correo Central, después Capitanía General, Gobierno Militar y guardia de prevención, llegó al siglo XIX como Ministerio del Interior y luego de la Gobernación. Posteriormente acogió la Dirección General de Seguridad y, en la actualidad, como Real Casa de Correos, es la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, con su arquitectura original bastante recuperada.
Situado en un lugar emblemático para Madrid -la Puerta del Sol- y para las carreteras españolas -a sus puertas se sitúa el famoso kilómetro 0-, ya su propio diseño levantó a los habitantes de la Villa contra su arquitecto, el francés Jaime Marquet. Y es que los madrileños hubieran preferido para tan simbólico edificio un nombre español y ligado a la historia de la ciudad, Ventura Rodríguez, quien, como recordó Fernández de los Ríos, ya había presentado unos planos para este proyecto.
La burla y la mofa -incluso el desprestigio- cayeron sobre este arquitecto francés, al que se acusó, incluso, de haber olvidado construir la escalera interior de este edificio, de planta rectangular y organizado en torno a dos patios interiores.
Pero volvamos a los primeros momentos de las obras, pues ahí es donde surge la leyenda endemoniada. Cuentan crónicas antiguas que unos albañiles que participaban en las tareas de construcción recibieron la terrorífica visita de Satanás. Al parecer, entre puesta de piedra de Colmenar y yeso, una voz profunda se dirigió a ellos y les recordó que la edificación era propiedad del Infierno. De nuevo la leyenda recuerda que la culpa de todo eran los planos del francés.
Con el miedo calado hasta los huesos, los obreros se negaron a trabajar por temor a una nueva visita del Príncipe de los Infiernos. El director de la obra no tuvo más remedio que poner los hechos en conocimiento de la Inquisición. Ya con un destacado fraile presente en las obras -y en la nómina-, los trabajadores volvieron al tajo aún con ciertos temores. Afortunadamente, bien sea por la presencia del religioso o por compromisos del diablo, el caso es que no volvió a sentirse la presencia maligna en el edificio.
Pero este edificio, que alojó en su tejado el primer telégrafo óptico de España, aún recuerda otra historia singular que refiere una transfiguración. El protagonista en esta ocasión es su célebre reloj, procedente de la antigua iglesia del Buen Suceso.
Aunque ahora concite aires festivos cada 31 de diciembre, y con el nuevo año sus alrededores aparezcan sembrados de confeti, gorros, matasuegras y corchos de cava, en plena ocupación napoleónica sirvió de refugio a un militar francés -otra vez un francés surge en esta historia-.
Contaba el pueblo llano que cuando las tropas napoleónicas entraron en la ciudad de Madrid, un capitán de dragones francés ocupó este regio edificio con una pequeña compañía de soldados. Los madrileños, fieles a su carácter y enfurecidos por el asalto, rodearon la Casa de Correos y los militares huyeron, aunque nunca apareció el capitán francés.
La leyenda cuenta entonces que Lucifer, para ayudarle, le había escondido en el flamante reloj. Fueron convocados especialistas relojeros de todo el país que revisaron la maquinaria y sólo encontraron un pequeño ratón. Se pueden imaginar el triste final que corrió el pobre roedor, confundido con un militar amigo del demonio.