El Demonio en la Sierra de Albarracín


Fuente: Página web de Frías de Albarracín:

Frías de Albarracín es un pueblo situado en los más bellos parajes de los Montes Universales. Tiene el privilegio de encerrar en su término bosques encantandores, rientes prados, arroyos y fuentes, entre las que se encuentra Fuente García, origen más remoto del caudaloso Tajo.

En Frías tambíen, junto a un arroyo que desciende por la garganta umbrosa para mover las pesadas y primitivas piedras de un molino, hay unas rocas, y en ellas vénse las huellas, como de pisadas humanas, grabadas en la caliza durísima. Pero estas pisadas no son de ser humano, sino del diablo, como asegura la tradición popular.

Cuentasé que en tiempos muy antiguos había en Frías un cabrero joven, audaz y valiente, fuerte como los pinos de la Serranía. El salía todos los amaneceres de su cabaña con su rebaño de cabras. Subía a las cumbres, y descendía a los barrancos con su rebaño de cabras. Subía a las cumbres, y descendía a los barrancos por entre breñales y precipicios, y sus cabras se encaramaban a comer las hojas tiernas de todos los arbustos.

Pero en lo más recóndito e impenetrable de los bosques había un lugar misterioso. Era una especie de anfiteatro formado por escarpadas rocas, en el centro del cual había un bosquecillo de pinos corpulentos y altísimos, e intrincada maleza de majuelos, alreras y zarzales. Nadie osaba penetrar allí, porque aquél era el bosque del Diablo.

Los viejos del lugar contaban junto al hogar, en las noches invernales, historias terribles del diablo y de su bosque. Los cabreros, al llegar a sus proximidades, silbaban fuertemente para que sus cabras no osaran tocar ninguno de los arbustos del bosque tan temido.

Pero un día, el pastor de nuestra historia llegó allá con su rebaño. Desde la cumbre de un peñasco vecino contemplaba el bosquecillo. Allí no se veía diablo ni duende alguno. Bajó, pues, con sus cabras, y penetró osadamente en el misterioso lugar.

Con su cayado fue golpeando los troncos de los pinos, y sus golpes resonaban en las cavidades de la montaña solitaria con ecos extraños. Las cabras comenzaron a pastar en los arbustos, y el cabrero, entre tanto, empezó a tañer su fauta pastoríl con alegres sonatas.

Pero, de pronto, las cabras dejaron de comer los tiernos tallos de los arbustos y, como presas de espanto, emprendieron una desordenada fuga en todas direcciones. De la parte más umbrosa del bosquecillo había surgido, con resplandecientes luces, la figura terrible del diablo iracundo. El pastor dejó caer la flauta de sus manos, y pálido como la muerte trepó por los breñales; descendió a los prados y se internó en los pinares en precipitada carrera. Pero el diablo le seguía velozmente lanzando rugidos como de bestia salvaje. Por fin, el cabrero llegó al río, que atravesó de un salto desesperado, y al poco trecho notó que el diablo ya no le seguía.

Lívido de terror llegó al pueblo, y contó a los sencillos moradores la original aventura. Nadie quería creerlo. Pero al día siguiente las gentes de Frías pudieron ver claramente, sobre las rocas que forman las margenes del río, junto al molino, las huellas inconfundibles de las pisadas del Diablo.

Actualmente estos parajes son conocidos como el Molino de las Pisadas.